Al implicarnos en la lectura a partir de las sensaciones que la información del texto sugiere, comenzamos a dar sentido a lo que leemos y a crear una “imagen más completa del significado del texto”, haciendo que la lectura sea más motivante y satisfactoria. Así, por ejemplo, cuando un autor habla de la primavera, un lector estratégico puede visualizar árboles frondosos de distintos colores o, junto a esa imagen, puede también evocar el olor de la hierba del campo o percibir el tacto pegajoso de la jara, etc.