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Durante la mayor parte de la historia la ropa se ha lavado en el río, arroyo o charca más cercana. Básicamente, se sumergía la ropa, se frotaba con una tabla o una piedra para arrancar la suciedad (primero con cenizas y luego jabón) y después se enjuagaba en el agua y se dejaba secar en la orilla. Esta manera de lavar era un problema porque la suciedad contaminaba el agua que bebía la gente y el ganado, ayudando a la propagación de muchas enfermedades.
Por ese motivo, empezaron a aparecer los primeros lavaderos, que eran instalaciones para lavar la ropa. Los primeros lavaderos eran poco más que una gran pila a la que se canalizaba el agua de algún riachuelo cercano y donde se podía lavar la ropa de forma un poco más cómoda que en el río. Con el tiempo, fueron evolucionando para añadir nuevos elementos como pilas individuales, grifos que permitían regular el agua tablas de lavar, tinas de agua caliente, tendederos para secar la ropa, etc.
También empezaron a aparecer las primeras profesionales de esta actividad, las lavanderas, que hacían la colada de aquellos que podían permitirse pagar por este servicio. Por supuesto, el lavadero tampoco era un servicio gratuito, sino que normalmente había que pagar una pequeña cantidad por su uso al ayuntamiento.
La invención de la lavadora
Teniendo en cuenta el tiempo y esfuerzo que lleva lavar a mano una prenda, no es difícil darse cuenta de que hacer toda la colada a mano era un suplicio que podía comportar días de trabajo. Por esa razón, se empezaron a investigar las primeras máquinas para lavar la ropa.
Las primeras lavadoras aparecieron a finales del siglo XVII en Inglaterra y, aunque eran muy diferentes de las actuales, su funcionamiento se basaba en un tambor giratorio que se ha mantenido hasta la fecha como base del diseño. Los primeros modelos de lavadora eran manuales y había que accionar el tambor con una manivela o un pedal. Pero pronto surgieron las primeras lavadoras a vapor en los Estados Unidos, que funcionaban con varios rodillos mecánicos y eran tan voluminosas que solo se podían utilizar en las lavanderías industriales.
Del vapor se pasó a la electricidad y los hogares estadounidenses fueron los primeros en disfrutar de la lavadora eléctrica. El año de invención de la lavadora moderna no está claro, pero en 1938 la empresa Whirlpool patentó el primer modelo de lavadora con motor eléctrico; a lo largo de las siguientes décadas de la historia de las lavadoras, se añadieron las demás innovaciones que conocemos actualmente, como el centrifugado o el cajetín del detergente.
Al llegar la Segunda Guerra Mundial, las lavadoras eran habituales en la mayoría de los hogares de Estados Unidos, aunque una rareza en los demás países. En Europa tuvimos que esperar hasta los años 60 para la aparición de las primeras lavadoras de la mano de fabricantes como Bosch, AEG o Siemens. Las primeras lavadoras llegaron a España en 1966 gracias al fabricante Balay, con sede en Zaragoza. Costaban cerca de 30.000 pesetas, una fortuna para la época.
De la lavadora a la lavandería
Hoy en día, comprar una lavadora está al alcance de cualquiera que trabaje, pero los hábitos relacionados con la limpieza de la ropa no han dejado de evolucionar. Cada vez más gente prefiere lavar la ropa en una lavandería de autoservicio, por el ahorro y rapidez que ofrecen.
Las lavanderías aparecieron prácticamente al mismo tiempo que las primeras lavadoras, si bien no fue hasta principios del siglo XIX cuando se convirtieron en habituales en las ciudades. La primera lavandería de autoservicio nació en Nueva York a finales de los años 50. Desde entonces, no han dejado de proliferar por el mundo haciendo que mucha gente se replantee el uso de las lavadoras.
Y es que, desde el punto de vista racional, ir a una lavandería tiene más sentido y es más ecológico que tener una lavadora en cada casa. Por ejemplo, en nuestra lavandería de autoservicio en Barcelona puedes lavar y secar tu ropa en 30 minutos desde 5 euros con la Tarjeta Cliente de Lavandería Sant Andreu. ¡Seguro que a nuestros abuelos les encantaría